jueves, 16 de junio de 2016

Quitar poder al patriarcado a que decida sobre mi cuerpo



Sin ser inquieta literariamente, a mis 14 años leí a Oriana Fallaci. El libro “Carta a un niño que nunca nació” fue mi primera aproximación al feminismo. En ese período no razonaba muchas cosas, sin embargo me quedó claro, que si un día me embarazaba, valoraría aspectos positivos y negativos antes de traer al mundo a una nueva persona. -Que inocente- no dimensionaba lo que ese pensamiento tan propio y respetable significa en la vida de las mujeres. No es sólo en lo individual, familiar, religioso y cultural, sino también en lo complejo que resulta plantearlo a nivel institucional y legislativo. 
Tres décadas después volví a tropezar con el tema, esta vez con Florence Thomas en su libro “Había que decirlo”. Me encontré que estaba alejada de la realidad al pensar que podía decidir sobre mi cuerpo, en un país donde ni siquiera el embarazo producto de la violencia sexual ejercida por un padre a su hija menor de 13 años, comprobada, es motivo suficiente para practicar un aborto. Decir en Latinoamérica voy a abortar, o lo que es los mismo, interrumpir voluntariamente un embarazo, no sólo es ser pecadora, lo que asumes es un sinfín de obstáculos y discriminaciones que impone el patriarcado estructural a las mujeres. 

Da la sensación de que la despenalización del aborto, aunque falta mucho más, ha avanzado en varios países del mundo, a pesar de ello, resultan peligrosas amenazas las situaciones que se siguen presentando. Ejemplo de ello la crisis presentada en un país progresista como España, que en el 2013 se amenazó rebajar derechos aprobados en la Ley del aborto del 2010. 

En los países de Latinoamérica donde está aprobado, además se suman sendos procedimientos de una burocracia descomunal, donde se aprueba o desaprueban los derechos de las mujeres sin tener en cuenta sentimientos, emociones, proyecciones, necesidades o simplemente sus circunstancias particulares.

En Colombia el 10 de mayo de éste año, se han conmemorado 10 años de creación de la Ley del aborto, en los tres supuestos: malformación del feto, embarazo producto de violación, o cuando peligra la vida de la madre. Es irónico porque mientras se demuestran estos supuestos, que no resulta fácil, la mujer debe seguir su proceso de embarazo sean cualesquiera sus circunstancias, y además enfrentarse a señores ginecólogos que las tratan como asesinas o irresponsables, o incluso prostitutas. Por ejemplo, no se entiende como una mujer a punto de iniciar la interrupción de su embarazo es atendida y despreciada por un ginecólogo que se declara impedido a practicar un aborto, su acogimiento a la objeción de conciencia resulta una bofetada a la integridad de una mujer en un momento como ese. 


No queda duda que los avances en Colombia son insuficientes, se necesitan más acciones para seguir profundizando la reivindicación de articular y hacer efectiva la Ley con la realidad en las instituciones, para fortalecer lo que existe agilizando los procedimientos y lograr ampliar los supuestos de abortos hasta alcanzar el derecho individual de las mujeres a decidir sobre sus cuerpos.


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